La observación de aves en los paisajes escarpados de Grazalema siempre garantiza una mezcla de desafíos y recompensas. Para esta excursión, había estado muy pendiente de las previsiones meteorológicas para evitar la lluvia, y las cosas parecían prometedoras cuando salí temprano por la mañana. Mi primera parada fue el Puerto de Las Palomas, un espectacular mirador donde esperaba avistar algunas especies de aves que habitan en las grandes altitudes. La mañana era fresca pero aceptable, con una buena visibilidad.
Al empezar mi caminata, comenzaron a aparecer unas nubes bajas, agregando un dramático telón de fondo al paisaje ya impresionante. Mientras observaba el terreno rocoso, me sorprendió gratamente la compañía de tres curiosas cabras monteses. Me observaron con leve interés y sus ágiles movimientos me recordaron cuán adaptadas están a este desafiante entorno. Su presencia fue una agradable distracción del frío que comenzó a aparecer mientras ascendía hacia el Cerro Coros, un pico cercano que había marcado para avistar el esquivo acentor alpino.
Las únicas aves rapaces mencionadas en el panel informativo que vi fueron algunos buitres leonados que me observaban desde lo alto de un acantilado.
Al llegar al Cerro Coros, me recibió un viento cortante y una niebla extraña que envolvió la cima, transformando el paisaje en algo de otro mundo. Mis esperanzas de encontrar un acentor alpino se desvanecieron; a pesar de que las condiciones eran adecuadas, no había ni rastro de ellos en ninguna parte. Me quedé un rato, sentándome en una roca para absorber el ambiente. El viento soplaba con fuerza a mi alrededor y las nubes parecían fluir como olas sobre el terreno accidentado. No fue el descubrimiento que esperaba, pero la experiencia fue increíblemente bella.
Un aspecto positivo de este pico azotado por el viento es su posición privilegiada para observar buitres leonados. Desde esta altura es posible verlos planear, una perspectiva que es bastante rara para observadores de aves. Hoy conté alrededor de treinta buitres leonados planeando hacia el sur. Sus amplias alas cortaban las ráfagas sin esfuerzo. Verlos en vuelo nunca aburre. Siempre me tomo el tiempo de estudiar a cada ave de cerca; sus sutiles diferencias en los patrones de las plumas, el desgaste de las alas y las expresiones faciales revelan su individualidad. Es un recordatorio de que incluso dentro de una misma especie, hay un mundo de variación que apreciar.
La subida no estuvo completamente exenta de avistamientos de aves. En el camino, vi una curruca rabilarga revoloteando entre los arbustos. Aunque era pequeña y discreta en comparación con las enormes aves rapaces, sus rápidos movimientos y su suave canto aportaron un toque de vida a una caminata que, por lo demás, era tranquila. Desafortunadamente, ni el mirlo capiblanco ni el acentor alpino hicieron acto de presencia.
Más tarde, me dirigí al río Campobuche, una zona tranquila transformada por las lluvias recientes. El paisaje había cambiado notablemente, con arroyos más caudalosos y un suelo húmedo que añadía una nueva capa de textura al entorno. La vida de las aves era vibrante, aunque muchas especies permanecían ocultas entre la densa vegetación. Esforcé mis oídos para identificar sus cantos y, para mi alivio, escuché el sonido del zorzál alirrojo, una de mis especies objetivo para el viaje. Aunque no logré vislumbrarlos ni sacarles una foto, su presencia fue un final satisfactorio para mi búsqueda.
Después de seis horas de caminata, observación y escucha, me fui de Grazalema con la sensación de que el esfuerzo había merecido la pena. A pesar del clima poco cooperativo y la ausencia de algunas especies previstas, la combinación de paisajes espectaculares, encuentros inesperados y algunas observaciones memorables hicieron que el día fuera muy gratificante.
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